Cuando vos venís, el tiempo se va. Se escapa, se pierde. No
tiene condiciones, ni ejerce función. No existe tiempo cuando tu piel me
levanta la apuesta del desgarro. No hay realidad, ni posibilidad. No queda nada
más que la voracidad del segundo. Somos impulso en acción, y así nos dejamos el
pecho. El cuero es el límite, pero si pudiese, te dejaría que me abras la carne,
que revises, encuentres, coloques tu mano directamente sobre el tejido que late
a niveles inhumanos, que se acelera y se atrasa, que no coordina, que no
entiende qué pasa. De golpe llegas y la rebeldía no existe, nada puede
rebelarse cuando se instala una revolución. Quemamos el tabaco al mismo tiempo
que la estructura. Somos el palpitar del
clítoris erecto en armonía perfecta con la sinapsis de las neuronas. Algo se
cubre de un color azulado, tus ojos se vuelven alivio, tus uñas se clavan como
cuchillos que espero, que quiero, que deseo que penetren el centro. Profundo.
Respirar tu piel en un segundo. Tu boca se hace agua, mi sed se hace deseo, las
manos no tienen límites, son miles. Somos y hacemos lo que nos permite el
intento. No hay realidad más que la que nos animamos a construir en un
instante. Somos ese instante. Nos volvemos un marco temporal inexistente. Somos
vida. Vida pura. Hacemos vida con cada intervención de los dedos en el cuerpo.
Necesito. Tus poros tienen el único aroma que quiero respirar hasta la muerte.
La música se pierde, deja de tener sentido. No hay resto. No me queda resto
cuando lo que necesito es un segundo más. Porque el tiempo como se va vuelve, y
de golpe ya es la hora. El mundo, ese otro, ese que no existe cuando vos y yo
existimos en conjunción, se asoma por la venta. Entra a invadirnos, entra a la
fuerza, y toma el poder que nosotras tenemos. Ese poder es nuestro. Es todo el
poder junto, es el poder de ser lo que queramos. Es el poder de un amor
insoportable. Que no tiene margen comercial, que no existe, que no se permite.
Dos palabras. Dos palabras y me quedo acá. Dos palabras, te miro fijo, casi
exigiendo que las digas. Dos palabras y me olvido hasta mi nombre, y paso a
nombrarme con el sonido que hace tu boca cuando llegas al orgasmo. No tengo más
que pedir que la longitud de tus piernas invadiéndome el cuerpo. Cada vez que
tu espalda se arquea me derrumba la infraestructura, las ideas, las verdades. Sismos.
Pero el tiempo vuelve, y no nos entrega ese segundo. No soporta este placer. No
soporta estos cuerpos vibrando en sintonía. No soporta nuestra sonrisa
contrahegemónica. No soporta el gemir en disidencia. No soporta esta muerte a
cada rato, y este revivir en con cada tacto. El mundo no nos soporta, y
nosotras no soportamos al mundo.
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