12.7.14

No sé qué hacer. Más bien no sé qué hago. Tengo parte de tu esencia en la cama, parte en la boca, en las manos, en el cuero desnudo y tierno. Expuesto. Me presento ante tus fauces devoradoras y deseantes con la vida en las manos. No tengo más que este tiempo. Tengo la conciencia de que el momento del imprudente llegó para quedarse. Morir sola y en tus brazos, sería exactamente lo mismo. Se te dibuja la sonrisa que sale del convenio. Régimen de faltas, ausencias y presencias. Compartir mi locura con el mundo. Si más bien no quedan restos de individualismo. Mi amor es del mundo. Tus marcas me las quedo, son mías. Me permito la pizca decente de arrogancia e ignorancia. Soy vulnerable a tus principios. Soy el principio de mis dudas. Ando descalza por el medio de un bosque quebradizo. Exhalo. Humo negro penetra los pulmones secos. Sexo y furia. Algo de todo esto tenía que pasar exactamente cuando pasó. Pero ya no creo en encuentros desencontrados, ni en destinos ligados. Soy lo que vengo hacer de mi misma en la inmensurable amplitud de tus piernas. Deseo en carne. Sangre. No nos dejamos más marcas que las rojas en la espalda. Volvés al norte, tu norte, ese norte. Yo simplemente formo parte del millar de puntos cardinales en la red de pesca de tu placer. No pido más, no podría ni aunque quisiera. Hasta para levantar reclamos se necesitan palabras y yo quedo muda. No tengo cuerdas vocales cuando se te rebela la tinta de la espalda. Otro golpe ¿Y van? Si este dolor de hace costumbre, voy a vivir entre cicatrices y moretones. Permitime al menos la adicción. Amor en forma pura. No existe más que las ansias. Ocupan todo, son todo, invaden todo. Ansias. Mientras me miras con el cigarrillo a media y me invitas a escaparme. No me escapo del mundo, sino de mi misma. Dejamos la cordura y los corpiños en el mismo cesto de ropa sucia. Lavemos la premisa más pura. Soy capaz incluso de rebelarme ante tu rebeldía. Así de jodida puedo volverme. La lluvia llega cuando te vas, y no hay metáfora. Simplemente llueve cuando te vas, así como si intentara no darnos la escena más clásica de todas las novelas. Podríamos acaso tener algo clásico, o será la idea inmolarnos en teorías. Arrancame la piel con tus ideas. No dejes más que un hueso expuesto y la sed de vida. Odiame cada vez que te mire enamorada. Destruime el amor romántico con la boca, y déjame sola para reinventarme desde el centro. Tengo que empezar todo de nuevo. Todo. Con la fuerza de dos orgasmos déjame acabar con mis teoremas vencidos. Si en el éxtasis del juego, nos miramos a los ojos y lo único que vemos es la posibilidad de la muerte. Matame. Firmo el acta entregándote el permiso correspondiente. Homicidio consensuado. Si la fatalidad es la cura a tanta vergüenza, que más que morirme en la cama mojada y con tu mano en el pecho. Al final de cuentas, no importa mi amor absurdo, somos solamente cuerpos en una guerra sexo-política de la cual ni siquiera tenemos plena conciencia. Resistimos con las manos en alza, con el cuero roto y el corazón en la mano. Todo este devenir de suspiros tienen como fin el gemido extenso de tus pies arqueados. Lo sabemos, aunque sea más sádico que el marco teórico que pretendemos inventar, no hay más revoluciones. Quizás por eso el dolor sea un placer tan inmenso, aunque no lo busquemos, ya nos duele el hambre en la comisura de los labios. 

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