No sé qué hacer. Más bien no sé qué hago. Tengo parte de tu
esencia en la cama, parte en la boca, en las manos, en el cuero desnudo y tierno.
Expuesto. Me presento ante tus fauces devoradoras y deseantes con la vida en
las manos. No tengo más que este tiempo. Tengo la conciencia de que el momento
del imprudente llegó para quedarse. Morir sola y en tus brazos, sería exactamente
lo mismo. Se te dibuja la sonrisa que sale del convenio. Régimen de faltas,
ausencias y presencias. Compartir mi locura con el mundo. Si más bien no quedan
restos de individualismo. Mi amor es del mundo. Tus marcas me las quedo, son
mías. Me permito la pizca decente de arrogancia e ignorancia. Soy vulnerable a
tus principios. Soy el principio de mis dudas. Ando descalza por el medio de un
bosque quebradizo. Exhalo. Humo negro penetra los pulmones secos. Sexo y furia.
Algo de todo esto tenía que pasar exactamente cuando pasó. Pero ya no creo en
encuentros desencontrados, ni en destinos ligados. Soy lo que vengo hacer de mi
misma en la inmensurable amplitud de tus piernas. Deseo en carne. Sangre. No
nos dejamos más marcas que las rojas en la espalda. Volvés al norte, tu norte,
ese norte. Yo simplemente formo parte del millar de puntos cardinales en la red
de pesca de tu placer. No pido más, no podría ni aunque quisiera. Hasta para
levantar reclamos se necesitan palabras y yo quedo muda. No tengo cuerdas
vocales cuando se te rebela la tinta de la espalda. Otro golpe ¿Y van? Si este
dolor de hace costumbre, voy a vivir entre cicatrices y moretones. Permitime al
menos la adicción. Amor en forma pura. No existe más que las ansias. Ocupan
todo, son todo, invaden todo. Ansias. Mientras me miras con el cigarrillo a
media y me invitas a escaparme. No me escapo del mundo, sino de mi misma.
Dejamos la cordura y los corpiños en el mismo cesto de ropa sucia. Lavemos la
premisa más pura. Soy capaz incluso de rebelarme ante tu rebeldía. Así de
jodida puedo volverme. La lluvia llega cuando te vas, y no hay metáfora.
Simplemente llueve cuando te vas, así como si intentara no darnos la escena más
clásica de todas las novelas. Podríamos acaso tener algo clásico, o será la
idea inmolarnos en teorías. Arrancame la piel con tus ideas. No dejes más que
un hueso expuesto y la sed de vida. Odiame cada vez que te mire enamorada.
Destruime el amor romántico con la boca, y déjame sola para reinventarme desde
el centro. Tengo que empezar todo de nuevo. Todo. Con la fuerza de dos orgasmos
déjame acabar con mis teoremas vencidos. Si en el éxtasis del juego, nos
miramos a los ojos y lo único que vemos es la posibilidad de la muerte. Matame.
Firmo el acta entregándote el permiso correspondiente. Homicidio consensuado. Si
la fatalidad es la cura a tanta vergüenza, que más que morirme en la cama
mojada y con tu mano en el pecho. Al final de cuentas, no importa mi amor absurdo,
somos solamente cuerpos en una guerra sexo-política de la cual ni siquiera
tenemos plena conciencia. Resistimos con las manos en alza, con el cuero roto y
el corazón en la mano. Todo este devenir de suspiros tienen como fin el gemido
extenso de tus pies arqueados. Lo sabemos, aunque sea más sádico que el marco
teórico que pretendemos inventar, no hay más revoluciones. Quizás por eso el
dolor sea un placer tan inmenso, aunque no lo busquemos, ya nos duele el hambre
en la comisura de los labios.
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