14.10.09

Cuanta gente sola que hoy en Buenos Aires. En ese momento donde las calles se inundan de una luz naranja amarillenta y los arboles caen muertos sin sombras.
Cuando el invierno llega rotundo y preciso, incluso en verano. Los autos frenan su paso constante y ágil. La gente se desprende del pesado maquillaje, se desalinean el pelo, se sueltan la ropa.
Ahí están con el alma en los ojos y la vista en el piso caminando mecánicamente hacía un inevitable abismo.
Tanta gente sola con los años en las manos, con los pies exhaustos y la esperanza perdida en un rincón del bolsillo. Justo ahí cuando la luna se presenta gigante, convencida de su belleza y dispuesta a tomar el cielo. Cuando el viento ofrece el milagro de la brisa y el silencio se asoma incesante desde el comienzo de la calle.
En el momento donde la vida nos deja un recreo, los veo tan solos y llenos de miedo. Llevan una mueca frustrada de la vida que eligieron y los caminos que corrieron. Veo el arrepentimiento del amor perdido y añejo en los labios de un anciano casi dormido que sueña, quizás, con volver a ser niño.
Piensan que la oscura noche los curbre, los esconde y proteje incluso de su propio resplandor lugubre, pero no, son visibles fantsdmas de la vida que pasa sin siquiera notarlo.
Son retratos sinceros de un segundo siniestro y atroz que se vislumbra solamente sin sol.
Caminan siendo el secreto que ni ellos se atreven a ser.
Entonces la noche se instala eterna y yo pienso despierta y con una suma de tristezas: Cuanta gente sola que hay en Buenos Aires.

10.10.09


Dos segundos impetuosos de irrelevante respeto, mil miradas se cruzan contando un secreto. Conciente de la noche y el estruendo cae el trueno, sin siquiera pensarlo explota el incendio. La gente vibra y se divierte, esa caras ajenas, propias como la misma sangre, el paisaje perfecto de este mestizaje. En el cielo estrellado las banderas se agitan, solo quedó un decreto y es el de la alegría. Me extienden sus brazos y a su danzan me invitan, saltamos, gritamos, hoy es eterna la vida.
Unos pibes al fondo incrédulos de su suerte, de ser parte de la historia, solos y emocionados se mueven. Se empapan de nada y se llena de simpleza, levantan las manos y gritan sus certezas. Las manos al aire, la mente en las nubes, la victoriosa conquista se trepa a los hombros. Miran al cielo le rezan al Santo, a cualquiera de ellos, esto es un milagro.


¿Qué más puede pedir uno, cuando nació en el barro?
¿Qué más que el sentimiento eterno e inamovible de que se puede generar un cambio?
¿Qué más que la libertad corriendo por las venas?
¿Qué más que la realidad cambiando su condena?





Quizás sea pedir mucho extenderte los brazos y festejar con vos este imposible retazo.
Tendré que conformarme con estrecharte la mano a mil metros de distancia como si fuésemos extraños.