2.9.10

Soledad, se llama el juego.

Porque quiero, básicamente. Esta soledad pegajosa me permite esto, yo no la pedí, al contrario luche por mucho tiempo aferrada a creencias infantiles de que el amor podría ser temporalmente eterno. Sin embargo, heme aquí, entre la existencia más absurda y un paquete de Next, box claro. La posibilidad que me dispone esta ausencia de afecto, es en verdad, un alivio si se aprende a llevarla con encanto. Si pudiese elegir, elijo, sin pensarlo dos veces, tu perfume en la garganta, una mediodía con mates de desayuno y una noche entre poesía y tango. Pero como no tengo elección, acá me ves, escuchando música mala y música buena, entreteniéndome con películas intelectualmente incorrectas y con cigarrillos baratos. Si, de dos a tres cafés diarios y un almuerzo tardío. Me gusta este tiempo detenido donde nadie solicita mi paciencia ni mis afectos, nadie puede estar pensando o no en mi, o al menos, me permite no tener que andar elucubrando con tu discapacidad emocional. Es una suerte, si lo vemos desde este punto de vista. Es una ventaja, suprema a decir verdad, que en el mundo exista el arte. Puedo llorar y creer en el amor si me leo una buena novela de Puig. Sí, si se me canta, lloro, como lo hice, sola en casa, con Regina Spektor de fondo, como si hubiese muerto la vida en mis manos y sin anestesia: así lloro. Después me siento frente a la maquina y le escribo a Molina contándole que Valentin lo amó, a su manera y con sus mañas. Me vuelvo y apoyo contra el piso a mirar mi biblioteca y sonrío, porque mi progreso intelectual me satisface. A la noche, me acomodo cómoda y le hablo a una pantalla. Ella y yo nos entendemos, mil veces mejor que con otras tantas. La libertad me permite mirarme y sonreirme cuando la belleza, por pura casualidad, golpea a mi puerta y me regala de esas mañanas donde me levanto con la piel tersa. También puedo ser víctima, ser dejo espantoso del mundo egoísta. No necesito dar explicaciones si me lleva la tristeza empinando un vino tinto. No, tengo mis desafíos y mis desgracias sin que vayas analizando mis apuntes con la ceja levantada. Cierto, y sostengo, si pudiese elegir, comería fideos con tus ansias y me iría a dormir entre tus sábanas. Ni hablar si me amaras, si me amaras dejaría todas estas letras en una fosa común. Pero no puedo, así que esta soledad tiene su encanto, de mujer soltera, joven y digna. De amor propio con gusto dulce y cigarrillos que raspan en el fondo la garganta.

No hay comentarios: