11.9.10

Mambo de Tango

La ausencia de palabras, cuando es cómoda, puede provocar mares de futuros dolores. Pero de golpe tu sonrisa sonríe inmensa y, se me clava en la imagen, esas fauces oscuras en las que suelen convertirse tus ojos. Otra vez un tango melancólico, la frase sin dientes, vieja. Me da una sensación el cuerpo de vitalidad inminente. Empieza así, como si la cosa no pasara, como si el tiempo se tirara en la cama y pidiera una siesta. No suelo jugar a las escondidas, así que me largo a la carrera de las incomodidades y saco una palabra culposa. Como si no hubiese espacio, me devolvés la apuesta; me la redoblas, y así se declaró la guerra. El botín será, sin duda, la racionalidad, quien la secuestre primero pierde (o gana). La nombro en exceso, pero es que tengo que acordarme de que existe. Dos segundos antes. Me río, soy un manantial de ahogos en carcajadas. Respiro profundo, se caen los papeles y otra vez estallamos. Inmolemos, por qué no, qué podemos perder más allá de todo. Tocan la puerta, una, dos, tres, cuatro. Juego a la sordera. Cinco, seis, siete. Llaman al teléfono, a los cuatro timbrazos para, te miro mientras callo. Pasa, que aunque sea entre puteadas, siempre termino atendiendo. Algo de desilusión se predice en tu mirada. Las dos sabemos que no es justo, esto de andar molestando cuando queremos pedir feriado a tanta moralidad. Que cena, que no cena, que no tengo hambres pero quiero excusas. Que nada, que me río, que me devolvés la risa. Que el teléfono, la puerta, la moralidad, la vida misma nos cortó este mambo de cruel indiferencia ante los otros. Mejor no hablar de ciertas cosas. Dos segundos antes. Un reclamo encubierto de vehementes halagos. Flores y mariposas de Silvio y viva Perón. Si cruzamos la barrera del tacto se viene la hecatombe. Nunca podría y sin embargo me surge un 30 por ciento de horrible pedantería. El 70 gana, mi mente suele ser una democracia. Otra vez las perlas negras, fijas en mis puertas al mundo. Que me levanto y el tiempo se puso despertador demasiado rápido y empezó con su plusvalía típica de un marxismo duro. Somos peronistas, ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de descanso. Sí, mi general. El Pocho que nos mira, seguro y se muere de risa con la idea de que Dios exista. Más papeles, más burocracia, más trotskismo. Planeamos un bombardeo a los del norte y yo que me olvido de andar poniendo nombre. No, nunca supe completar formularios. Yo y el mundo. Dos segundo antes. Ahí andamos por las calles que tendrían que ser más largas y el mate infinito. Pero el timbre y el teléfono. Ella, cómo no, siempre. Una mezquindad en la risa nos empieza a erosionar las miradas. El pucho, último, dos frases de mierda, un beso en la mejilla y nos vemos la próxima si encontramos excusa digna para andar mintiéndonos un poco.

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