25.9.10

- "ismos" con P -

Podría ser, lo es, en definitiva una cuestión de crianza. No es entendible a simple vista, podría ser lo más similar a un comienzo de insanidad mental, seguramente y con razones sobrantes se verá así desde afuera. La leche materna venía con una carga fuerte de ideología, derrotas y esperanzas. Quebradas las ansias desde un inicio es fácil pensar con la cabeza fría, un tempano mental de batallas perdidas se hundió en mí, desde el primer inicio de toda la ecuación que terminó siendo mi vida. No soy yo, no es una cuestión personal, hay que entender que dentro de mi emergen montañas de cadáveres sonrientes con tatuajes en el pecho, que cuentan una y otra vez todos los días, sus hazañas, sus males y sus razones. La soledad no existe una vez que se nace en este barro de pedantes seguridades. No soy yo, cuando me mira él, cuando me mira ella, cuando me miran desde arriba, soy ellos, ellas, soy todos. No es mi década, son todas las décadas, todos los tiempos, todos los cantos, todos los intentos. No podría luchar por mi hijos muertos mil veces en profilácticos berretas, de generaciones moribundas, al contrario, lucho por sus hijos, por mi, que soy hija de quién pensó en “mis hijos” y no pudo entregar un mundo mejor que este que aparentamos estar creando. Mi sonrisa no es mía, mi sonrisa tiene dientes ajenos que quedan seis metros bajo tierra, en fosas comunes, que ruegan por renacer para poder saltar, harapientos y llenos de venenos entonando la canción de todos, alzando sus brazos. La mayoría del tiempo todo se debe a cálculos mentales con cifras ajenas y porcentajes, la mayor parte del tiempo se hacen lista de pros y contras. Pero de golpe llega ese momento de la noche, donde el tipo que siempre se asoma a juntar los cartones que dejaste la noche anterior, te mira, te sonríe, le das un pucho, hablás dos segundos, tres frases y sabés que él, no es él, sino ellos y que vos, no sos vos, sino miles. Así empieza, con la panza llena, pensando en las vacías. De a poco, de golpe los números son caras y las listas no son tan claras y las utopías vuelven a las ganas. No hace falta saber, ni leer, ni estudiar. Para entender esta locura que atraviesa mares generacionales, solamente hay que pararse en la plaza y marearse dando vueltas, mirar el piso, sentir mil pañuelos y lágrimas por el pecho. Sentir dentro, en el alma que uno solamente es una reencarnación de otro que valió-mil-veces-más. Saber que somos venganza de pueblo embarrado, de calles de tierras, de esposas, picanas y asesinatos. Solamente falta saberse un anónimo en la historia de las ganas. Dejar las, siempre amable, auto-satisfacción y saberse prescindible, el mundo sin uno sería igual y así mismo sin nuestro encanto, sin nuestra fuerza, sin nuestro grito, no se escucharía nada. El silencio, horrendo silencio, temer al silencio, odiar al silencio, saber que en la nulidad del sonido existen susurros de noches de falcons verdes, gritos con medias en las bocas y golpes en el estómago, con palabras ahogando en la garganta mezcladas con el agua de los submarinos. Saber que la picana es un invento que un padre usó contra su hijos y que escuchar esa historia, casi mítica, pueda hacerte sangrar los oídos. Es horrible, terriblemente tortuosos dormir con las ideas y las creencias bajo la almohada, es nefasta la sensación de que ese cigarrillo en ese cenicero cuando viene la cuenta, y termina la noche, la plata en una simple diversión, daña, porque otros- comerían por menos que el gasto de esa parranda. No, nadie es feliz una vez que sabe que cada paso que se da es solamente una milésima de lo que se podría dar. No es amor propio, la facilidad de la negación tienta cuando la noche se arremete contra el cuerpo y el cansancio se sube a la sábanas. Cuando quisieras más tiempo para leer, o cuando la sensación cotidiana de culpa ahoga el pecho, sería más fácil mudarse, irse, exiliarse sin razón por otros rincones del mundo y dejar de pensar tanto, todo el tiempo, sentirlos a ellos adentro rogando por revancha. Pero, sabés, de golpe tres, cinco, quince pibe cantan, lo mismo que ellos, que vos que sos ellos, cantaban. Entonces, entendés que no están carcomiéndote a vos, no-más, sino que tienen de rehenes a otra generación, a otra multitud de hijos que mamaron leche amargada, a otro batallón de pies que pretenden seguir la marcha. La sensación de no estar sola deja de ser agría y un calor tibio empieza a subirte por la espalda. Cierto, se llora mucho, mucho en toda la batalla y hay épocas, períodos donde te vas a preguntar una y mil veces si vale la pena esta batalla, eterna y agobiante, que siempre parece tan larga. Pero cuando dos pibes te miran a los ojos y te abrazan el alma, cuando ya no le tenés miedo al barrio y sentís la magia. Cuando todo eso pasa, cuando ya no sos vos, sino que sos todos y todas los que hablan, entonces, vale la pena esta desgracia.

No hay comentarios: