14.8.10

La idea

La vida suele-ser-así y cuando uno se pone a escribir no siempre aparece la idea. Aunque haya estado persiguiéndome hace una semana. Me acecha entre los rincones, de la casa y de la calle. De golpe haciendo una lista de compras en la cabeza, zas, aparece, furtiva y delicada. Intento con todas mis fuerzas agarrarla, sin que se asuste. Pero suele ser un segundo, dos, tres como mucho y se va, se esconde entre los tomates y la leche descremada. Le encanta presentarse en esos minutos antes de que el sueño me invada por completo. Ahí, justo en ese momento del día donde no llevo mi cuaderno cerca. Esos días donde decido no escribir en la cama. Ahí aparece, se presenta inalcanzable. Me deja tomarla y jugar con ella en imágenes que a la mañana siguiente nunca-existieron.

Si la leyeran no saben lo que sería. Increíble, es una idea, un cuento, una novela o un poema de-aquellos. De esos que ganan premios y viven entre discursos de agradecimiento. Es de esas ideas que quedan grabadas en el consciente colectivo. Realmente les encantaría: se presenta con una mujer, como esas-cosas-de-la-vida que siempre empiezan con mujeres y amores, desencuentros y esas yerbas. Pero no es fácil, porque lleva un análisis complejo, psicológico y filosófico de los personajes y los sucesos. Habla de bares y cigarrillos. Muchos cigarrillos. Como Rayuela pero posmoderna, actual y con un final esperanzadamente trágico.

Hace rato que le vengo hablando, la calmo y le explico que tiene que salir al mundo. Dejarse tocar por estas manos que, aunque torpes, son realmente suaves. Hace unos días empecé a usar crema humectánte para que sepa que no miento. Que si me dejara, la podría seducir con vueltas de tinta. Le prometí usar mis diccionarios para no caer en lugares comunes y darle tiempo a que macere la totalidad de su encanto en el papel.

Así y todo, sigue atacándome sin quedarse. Me da golpes en la cabeza y en la espalda. Como llamados de maestra de primaria para que preste atención. Intenté darle tiempo. Pasé horas sentada frente a la máquina esperándola. En un momento se me ocurrió que podía preferir lo clásico, ¿quién-no? Así que tomé mi cuaderno de actas y una lapicera. La mejor que tengo, la que tiene la tinta más fluida y penetrantemente negra. La esperé unas cuantas horas, con mate caliente y cigarrillos abundante. Esa noche me fui a dormir y la muy-guacha se me metió en la cama y me habló al oído contándome sus rezones. Es querible saben. Si estuviese escrita sería de esos libros que la gente abraza a la noche, de esos que determinadas frases lo hacen sentir a uno que vale la pena la vida. En serio, es magnífica.

Ustedes esperen ahí, yo acá. Aunque no me deje tomarla, tiene que dejar que alguien la escriba. Quien-sea, es necesario que se deje parir. El mundo merece conocer esa historia. Yo seguiré disfrutándola todas las noches, cuando sus susurros me derriten el tímpano.

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