28.8.09



Era un silencio rotundo, estruendoso, magnifico. Un acuerdo tácito de ahogar las cuerdas vocales y dejar ser al tiempo libre, tan libre como le corresponde ser al tiempo. Constante y volátil era la sensación de ausencia que se convertía en una luz suave y tibia. Con tan solo un ruido efímero, solo con el movimiento de una parte del cuerpo contra otra se hubiera roto el hechizo. La belleza contemplada era infame, ilegal, ilícita.
Quizás una más que la otra, tal vez ambas por igual, habían llegado a un estado tántrico asexuado, a una sensación de placer intenso, de un dolor tan hiriente que se derretía dulce, como chocolate amargo inmerso en sus bocas. De tanto mirarse a los ojos, de tanto perderse en los momentos, los rasgos ya no eran suyos, ya no eran aquellos rasgos que conocían, eran otros, habían formado una nueva cara, una cara mezclada entre sus dos caras, entre la realidad y la imagen conceptual que se tenían mutuamente. No eran ellas en ese momento, se habían vuelto en lo que siempre imaginaban ser, en lo que no podrían ser nunca, ni siquiera en ese mismo momento.
Una sensación de amor eterno les invadió el cuerpo, un amor irreal que las abrazaba por la cintura, las acercaba y las amaba a ambas. Un amor casi tan intenso como el del abrazo materno, la clase de amor en la que uno se siente vivo y muerto, exacerbado y vulnerable. Puro, tan puro como la tierra negra y fértil.
La angustian las envolvió, las ato entre sus manos, saber que ese segundo terminaría en pocos instantes, bastaba solo con un desplazamiento sutil para romper la impresión de pertenencia y bienestar.

-Te quiero.- Dijo ella con una mueca de ternura.


Con eso alcanzó. En el silencio le hubiese dando la vida entera.

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